Por: Hernán Riaño
vemos una campaña en la que no se notan diferencias sustanciales entre los de derecha y los de izquierda, poco de programas, mucho de propaganda, cerveza, lechona, tamal y lo más grave todo tipo de posibles delitos electorales.
Cada dos años, nuestro país hace elecciones; unas
regionales, como las de este año, y las otras nacionales.
Las de este año tienen unos ingredientes distintos a las
de otras épocas, ya que es la primera vez que se hacen, teniendo un gobierno
democrático elegido libremente por el pueblo. En las anteriores, los poderosos
gamonales, como se conocen en nuestro país y en el mundo como feudales,
obedecían (y aún lo hacen), a poderes obscuros, unos entronizados en las élites
nacionales y otros con intereses particulares de dominio feudal sobre la tierra
y la subyugación de los residentes de determinado departamento o municipio.
Cuando no existían elecciones para los ejecutivos regionales, llámense alcalde
y gobernadores solo para concejales y diputados, las llamadas elecciones de
“mitaca” eran decididas en el escritorio por los líderes políticos nacionales o
regionales unilateralmente; las llamadas papeletas de votación, en las que se
consignaba la lista a determinada corporación con una asignación a dedo o a
bolígrafo de los candidatos. Este año hubo una polémica por el tema de listas
abiertas o cerradas, controversia que no se aclaró del todo, pero la lista
mayoritaria afín al gobierno optó por la cerrada alternativa, aunque con
inconformidades por su confección.
La forma “tradicional” de llevar a cabo las elecciones
por parte de la derecha, es a través de compra de votos, clientelismo, cerveza,
lechona y tamales con los que convencen a la gente para que “me regale el
votico” y seguir viviendo del erario, haciendo contratos y perpetuando la
corrupción. No podemos esperar que cambien su forma de hacer política, pero sí
podemos exigirles a los votantes que no les sigan alcahueteando a estos
personajes.
Este año, las elecciones llamadas regionales ha tenido
una importancia inusitada por cuenta del primer gobierno democrático de
Colombia y la necesidad de unos de seguir implementando las reformas que
benefician al pueblo y de otros por tratar de bloquearlas, seguir saqueando los
recursos públicos y mantener su poder en los territorios. Este panorama no se
había visto nunca en nuestro país, que tuviéramos un gobierno democrático y
unas listas afines a este gobierno, en las que los candidatos quieren llegar a
las corporaciones públicas para poder colaborar en los cambios que el país
requiere.
Infortunadamente no es nada fácil por varios factores, el
primero, como lo dije antes, el poder que tienen los gamonales, paramilitares y
políticos tradicionales en los diferentes departamentos y municipios en los que,
con una gran presión de todo tipo, económica, social y armada, obligan a los
ciudadanos a votar por sus candidatos. El otro factor son los infiltrados y
poderes feudales que se han entronizados en los partidos llamados de izquierda
o “alternativos”. A este punto específico me referiré.
Muchos de estos candidatos autodenominados alternativos
están en la disyuntiva de seguir comportándose como políticos tradicionales o
cambiar a una nueva forma. Se dedican a hacer la campaña con el mismo estilo
extremo derechista de los últimos tiempos. No plantean propuestas, ni siquiera
saben el funcionamiento de tal o cual corporación legislativa, llegan al
extremo de decir que van a hacer cosas que no están dentro de las funciones de
ediles, concejales o diputados, en el caso de las legislativas. Solo se dedican
a promover un número, en el caso que vayan por lista abierta, como si fuera
algo mágico o de suerte tipo chance o un logo símbolo, en caso de lista
cerrada. Se venden como marca publicitaria con el argumento de crear
«recordación» en el elector, lo que les aconseja un “experto” publicista.
También se la pasan «cazando» con los candidatos de la derecha o de su propio
partido (¡!), que desgastan, confunden y no contribuyen en nada a la
democracia. Es entendible, aunque no justificable, que esto pase, pues el
modelo que se tiene de campaña es el tradicional que ha impulsado la derecha. Pero ¿dónde está el cambio?, ¿dónde están las propuestas y programas?, ¿dónde
está la diferencia con los candidatos derechistas?
La campaña se ha caracterizado porque los candidatos de
la extrema derecha, muchos investigados y condenados, no ofrecen soluciones,
solo hablan mal del nuevo gobierno, mienten, calumnian y provocan discusiones
con los alternativos. Muchos que se dicen de centro (que son lo mismo que la
derecha), salen a decir que son el cambio pero que van a poner distancia con el
nuevo gobierno, ¡cuidado los identifican con Petro!; estos son los que terminan
unidos y en alianzas con los de siempre. Tenemos varios ejemplos en el congreso
que hoy “se arrepienten de haber votado por Petro” y se fueron a la oposición
habiendo hecho campaña con las banderas del presidente.
La deuda de la clase dirigente y la extrema derecha es
muy grande con los colombianos y es una oportunidad que podríamos calificar de
única para consolidar el cambio en Colombia, pero se exige un cambio en la
forma de hacer política.
En esta campaña de la llamada izquierda, hemos visto de
todo, zancadillas, trampas, traiciones y toda clase de vicios electorales sin
diferencias con una campaña de la derecha. Son muy dicientes la traición que le
hicieron dirigentes del Polo al concejal de ese partido Carlos Carrillo, que
después de ser el precandidato a la alcaldía, terminó en que ni siquiera lo
incluyeron en la lista al concejo de la capital sacándolo de la posibilidad de
estar en la corporación, habiendo sido uno de los pocos concejales de oposición
al gobierno de Claudia López. O los problemas en Cali, Barranquilla y otras
ciudades en las que los intereses y los celos dejan muy mal parados a los
partidos alternativos del país.
Quedan unas pocas semanas para las elecciones y el tiempo
de campaña se ha ido en hechos que dejan muy mal parados a los alternativos y
sus candidatos, con no muchas excepciones. Los colombianos debemos exigir
campañas electorales claras, a unos y a otros. Los ciudadanos debemos saber
cuáles son los programas y propuestas de los partidos, de dónde proceden los
dineros que financian las campañas, qué grupos económicos o empresas o
contratistas ponen a sus pupilos en las corporaciones para que defiendan sus intereses,
quién financia la lechona, la cerveza o las tejas que se reparten durante la
campaña y con qué intención lo hacen, y algo muy importante: saber y
preguntarle a quienes quieren llegar, especialmente a los hijos, de los hijos,
de los hijos de los que siempre han estado allá, para qué lo quieren hacer e
invierten miles de millones de pesos con tal de lograrlo. Cuando el ciudadano
entienda que tiene el derecho de saber todo esto y más y exija que se lo
informen, los ladrones, corruptos y saqueadores de erario pensarán dos veces si
participan o no en unas elecciones.
En conclusión, vemos una campaña en la que no se notan
diferencias sustanciales entre los de derecha y los de izquierda, poco de
programas, mucho de propaganda, cerveza, lechona, tamal y lo más grave todo
tipo de posibles delitos electorales.
ADENDA: en el enlace adjunto encontrarán las palabras de
Jaime Garzón que reflejan, aún hoy, la realidad del país.
https://www.facebook.com/reel/240811565525710
*Texto publicado originalmente en https://www.sonoticias.com.co y compartido a lectores de La Conversa de Fin de Semana por la cortesía del Periodista: OTTO HERNÁN RIAÑO
Las opiniones de los columnistas son de su exclusiva responsabilidad. Les invitamos a leer, comentar, compartir y a debatir con respeto.