LA VITRINA DE LA CONVERSA

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jueves, junio 03, 2021

Colombia entre el romanticismo comunitario y el fascismo individualista

Imágenes: ciudadanos del sur del Cali armados junto a la Policía Colombia y marcha del silencio convocada por empresarios en Cali, mayo 2021- Perfil Facebook - El Tiempo
Colombia entre el romanticismo comunitario y el fascismo individualista

Por: Omar Orlando Tovar Troches -ottroz69@gmail.com-

Por estos días de conflictividad social, en los que la indignación, pero sobre todo el desespero que expresan las mayorías en calles, carreteras y redes sociales, ha puesto en evidencia la verdadera realidad de Colombia, de cantidades inmensas de ciudadanos empujados sin remordimiento alguno hacia la pobreza y la miseria, con tal de mantener la confianza inversionista y las groseras ganancias del empresariado amigo del uribismo, se ven a sus voceros, los de los gremios, en noticieros, informativos  y hasta programas de variedades de radio, televisión e internet, llamando, ahora sí, a la búsqueda de consensos y de solidaridad, con ellos, los gremios; por parte de la comunidad hambrienta y desesperada que protesta.

Imagen Paro nacional Colombia 2021 de CLARO

La cosa, descrita así, no debería pasar de una irritante anécdota protagonizada por los voceros de la institucionalidad gremial. El problema con estos llamados a la solidaridad y a los acuerdos, es que éstos se hacen junto con la manipulación oportunista de las llamadas encuestas de opinión, a partir de la alteración de la verdad, por medio de piezas de propaganda oficial, hecha y difundida por los medios amigos del uribismo, en las que la justificada indignación y la constitucional protesta de la ciudadanía, termina siendo señalada como la culpable de todos los males de la nación.

La estrategia de tergiversación de la realidad social que padecen la mayoría de los colombianos, siempre ha tenido como finalidad, la construcción de un relato social, artificialmente consensuado, en el que lo realmente importante, es mantener una normalidad, así sea la mal llamada nueva normalidad de la peste, en la que a toda costa se debe resguardar, ya no la integridad física de la sociedad en su conjunto, sino la integridad del mercado, especialmente el sector comercio de la economía, para lo cual, el sacrificio mayor, incluso el de la vida misma, debe ser puesto por el ciudadano común, confiado depositario de las libertades de movilizarse, pero sobre todo de comprar, así no tenga con qué.

Dentro de esta lógica del mercado, situaciones de dislocación de la nueva normalidad de consumo, tales como la protesta social y las interrupciones de la movilidad, ponen en serios aprietos a poderosos sectores de la economía, que ven como su grosero incremento de ganancias, se ve interrumpido por la acción aleve, según ellos y algunas ellas, de vándalos desadaptados, que se rehúsan a mal vivir en el mundo de ensoñación consumista al debe, que gobierno y medios les venden y les imponen a través de las redes masivas de información.

Ya en este punto, en el que las mayorías de viejos y nuevos pobres, se han dado cuenta de la verdadera realidad económica, en la que la prosperidad es patrimonio exclusivo de unos pocos y la miseria es socializada entre las grandes mayorías, es en el que, de manera desesperada, la elite corporativista que gobierna Colombia, acude a la reconstrucción de su relato de búsqueda de consensos y de solidaridad, no necesariamente en búsqueda de más y mejores oportunidades y garantías de bienestar para todos, sino de más y mejores garantías de mantener el esquema en el que unos pocos siguen siendo beneficiarios de todas las gabelas del estado, a costa de la salud, la educación, el empleo y el buen vivir del resto de la sociedad.

Ante la imposibilidad de seguir con el meta relato del enemigo nacional del castro chavismo, o de un todo poderoso Gustavo Petro, como maestro titiritero del mal, tanto gremios como su gobierno, se han dado a la tarea de la construcción de otra narrativa en la que, el nuevo enemigo termine siendo la protesta social, que socaba las libertades del individuo y atenta contra el bienestar general, un enemigo de múltiples cabezas, pero que se pueden personalizar en los vándalos de primera y segunda línea, ahora declarados objetivos de alto valor para las FF.MM. y las auto defensas ciudadanas.

Imagen: Indígenas son atacados por ciudadanos armados del sur de Cali durante protestas 2021. Perfil Facebook.

Si bien es cierto que a la hora de escribir estas notas, ya se vienen dando, así sea a marchas forzadas, los primeros pasos para el esperado encuentro entre el gobierno nacional y las distintas expresiones de la protesta social, la desconfianza que siente la mayoría de los colombianos hacia la institucionalidad gremial y estatal, así como la intransigencia de sectores de la ultra derecha en el poder, no han permitido que se avance en la ruta de una negociación, en la que las justas reclamaciones de millones, acompasen el desaforado deseo de ganancias de unos pocos.

Este desencuentro no es cosa diferente que la expresión pública de una vieja contradicción social, no solo presente en Colombia, sino en muchas otras latitudes, en la que se enfrenta el romanticismo social alrededor de lo realmente comunitario y el individualismo extremo, devenido en la justificación del fascismo como mecanismo para mantener los privilegios de una minoría. Tal cual.

 

sábado, mayo 01, 2021

VANDALISMO COMO NUEVO CLICHE DEL PODER

 

VANDALISMO COMO NUEVO CLICHE DEL PODER

Por: Omar Orlando Tovar Troches -ottroz69@gmail.com-


Imagen tomada de: El Español Digital
Declarar que el lenguaje, también es un instrumento de guerra, es lo mismo que descubrir que el agua moja o que el fuego quema. De hecho, lingüistas, filósofos, sociólogos y profesionales de la comunicación social, han desarrollado un amplio compendio de esta, no tan noble característica del lenguaje, a través del estudio de la pragmática.

Ya desde mediados del siglo XX, estudiosos del lenguaje como Austin, Wittgenstein, Kraus, entre otros más, ya venían analizando el uso del lenguaje como mecanismo social de manipulación del inconsciente colectivo, para alcanzar fines políticos de exaltación de supuestos valores patrióticos como la supremacía de una raza o clase, la defensa de la nación o la patria, e incluso de una idea o ideas de conveniencia para sostener el Statu Quo de quienes detentan, momentáneamente el poder, en una determinada sociedad.

A propósito de las recientes jornadas de protestas en Colombia, con motivo del rechazo generalizado al proyecto de ley de reforma tributaria, presentado a destiempo y mantenido a fuego y sangre por Duque en el Congreso colombiano, vale la pena hacer notar cómo, efectivamente, desde hace unos veinte años para acá, el uso del lenguaje como herramienta de guerra, ha sido uno de los elementos principales de la estrategia para mantenerse en el poder, utilizados por la derecha colombiana.

Foto Facebook
Rafael Núñez Florencio[1], en su reseña del ensayo Lenguaje y Guerra de Kovacsics, plantea que: “…el medio de propaganda más eficaz del hitlerismo no eran los discursos ni los símbolos, ni nada que se registrase a nivel consciente, sino las palabras aisladas y expresiones que se repetían y se terminaban por adoptar de forma mecánica e inconsciente.”, en ese mismo sentido, tal como lo plantea Núñez, el uso de algunos términos, o mejor, adjetivos, para señalar, etiquetar, descalificar, denostar o insultar a los adversarios políticos, también ha sido una práctica acostumbrada por los poderosos en Colombia.

Al empleo denostativo de palabras como: “indio”, “negro”, “marica”, “puta”, para referirse de manera ofensiva a una persona o para indicar que su comportamiento no concuerda con el que se supone deben tener las llamadas “Gentes de bien”, también se sumo la adjudicación de palabras, ya no tan “vulgares” y más correctas, políticamente hablando, para señalar el supuesto mal comportamiento de aquellas personas, salidas del esquema oficial de conducta, impuesto por quienes han detentado y ejercido el poder durante años recientes, tales como “Chusmero”, “pájaro”, “Guerrillo”, “comunista”, “cachiporro”, “terrorista”, “traqueto”, “narco” o “narco-terrorista”.

En este mismo orden de ideas, el uso repetitivo de unos nuevos términos, con una fuerte intención política de descalificación social; ha permitido que esta acción ilocutiva de la derecha, haya posicionado en el inconsciente colectivo de la sociedad colombiana, expresiones como, “castro-chavista”, “mamerto” y “vándalo”, como sinónimos o equivalentes de “terrorista”, “guerrillero”, “comunista”, “satánico”, cuando son utilizadas para describir a esos “indios”, “negros” o “guaches”, o cualquier otra persona, que se empecine en demostrar su inconformidad de manera pública, bien sea, a través de las redes sociales, prensa tradicional o, lo que es peor, protestando en la calle.

Vándalo se ha convertido en el más reciente calificativo, utilizado por la derecha, en su estrategia comunicacional, para señalar a todas aquellas personas que públicamente se rehúsen a ceñirse a los mandatos de un nuevo marco de convivencia, convenientemente diseñado, no para la defensa de bienes, honra y vida de TODOS los colombianos, sino para la defensa de los bienes, la honra y la vida de unos POCOS colombianos, cercanos al poder. Se usa Vándalo y vandalismo, para no usar Terrorista y terrorismo, debido a las fuertes implicaciones jurídicas que usar tales calificativos, podría acarrear a quien lo haga, sobre todo, en las cortes internacionales.

Imagen tomada de: El Periódico
El hecho es que, así como el aparato propagandístico de la derecha colombiana, puso de moda, eso si con intención de manipulación, términos como “mermelada”, “pos verdad” y “polarización”, para señalar en la oposición “mamerta” y “castro chavista”, todos los malos comportamientos, nacidos y practicados en el seno de la cofradía del epítome de la ultra derecha colombiana; el Centro Democrático y sus apéndices, los partidos de la coalición duqista; así mismo, ha venido tratando de imponer, a punta de descarada repetición, en los medios de comunicación propios y aliados, al término Vándalo, para tratar, por un lado, de estigmatizar y hasta judicializar a la oposición y a quienes ejercen el derecho a la protesta, y por el otro, justificar, la decisión de imponer una especie de dictadura, para reprimir, los actos vandálicos de la “mamertería” nacional.

En todo caso, y para concluir, es preciso retomar a Núñez, cuando, citando a Kafka, afirma del uso del lenguaje como instrumento de guerra: “Cuando la palabra se convierte en vasalla de la voluntad política, supeditada a unas decisiones establecidas de antemano, su rol deviene “absolutamente accesorio y servil””. Amén.

 



[1] RAFAEL NUÑEZ FLORENCIO, Guerra y lenguaje- Adan Kovacsics, 28 febrero, 2008, tomado de: Guerra y lenguaje | El Cualltur