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LA VITRINA DE LA CONVERSA
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sábado, agosto 14, 2021
jueves, junio 03, 2021
Colombia entre el romanticismo comunitario y el fascismo individualista
Colombia entre el romanticismo comunitario y el
fascismo individualista
Por: Omar Orlando Tovar Troches -ottroz69@gmail.com-
Por estos días de conflictividad social, en los que la
indignación, pero sobre todo el desespero que expresan las mayorías en calles,
carreteras y redes sociales, ha puesto en evidencia la verdadera realidad de
Colombia, de cantidades inmensas de ciudadanos empujados sin remordimiento
alguno hacia la pobreza y la miseria, con tal de mantener la confianza
inversionista y las groseras ganancias del empresariado amigo del uribismo, se
ven a sus voceros, los de los gremios, en noticieros, informativos y hasta programas de variedades de radio,
televisión e internet, llamando, ahora sí, a la búsqueda de consensos y de
solidaridad, con ellos, los gremios; por parte de la comunidad hambrienta y
desesperada que protesta.
Imagen Paro nacional Colombia 2021 de CLARO |
La cosa, descrita así, no debería pasar de una
irritante anécdota protagonizada por los voceros de la institucionalidad gremial.
El problema con estos llamados a la solidaridad y a los acuerdos, es que éstos
se hacen junto con la manipulación oportunista de las llamadas encuestas de
opinión, a partir de la alteración de la verdad, por medio de piezas de propaganda
oficial, hecha y difundida por los medios amigos del uribismo, en las que la
justificada indignación y la constitucional protesta de la ciudadanía, termina
siendo señalada como la culpable de todos los males de la nación.
La estrategia de tergiversación de la realidad social
que padecen la mayoría de los colombianos, siempre ha tenido como finalidad, la
construcción de un relato social, artificialmente consensuado, en el que lo
realmente importante, es mantener una normalidad, así sea la mal llamada nueva
normalidad de la peste, en la que a toda costa se debe resguardar, ya no la
integridad física de la sociedad en su conjunto, sino la integridad del
mercado, especialmente el sector comercio de la economía, para lo cual, el
sacrificio mayor, incluso el de la vida misma, debe ser puesto por el ciudadano
común, confiado depositario de las libertades de movilizarse, pero sobre todo
de comprar, así no tenga con qué.
Dentro de esta lógica del mercado, situaciones de
dislocación de la nueva normalidad de consumo, tales como la protesta social y
las interrupciones de la movilidad, ponen en serios aprietos a poderosos
sectores de la economía, que ven como su grosero incremento de ganancias, se ve
interrumpido por la acción aleve, según ellos y algunas ellas, de vándalos
desadaptados, que se rehúsan a mal vivir en el mundo de ensoñación consumista
al debe, que gobierno y medios les venden y les imponen a través de las redes
masivas de información.
Ya en este punto, en el que las mayorías de viejos y
nuevos pobres, se han dado cuenta de la verdadera realidad económica, en la que
la prosperidad es patrimonio exclusivo de unos pocos y la miseria es
socializada entre las grandes mayorías, es en el que, de manera desesperada, la
elite corporativista que gobierna Colombia, acude a la reconstrucción de su
relato de búsqueda de consensos y de solidaridad, no necesariamente en búsqueda
de más y mejores oportunidades y garantías de bienestar para todos, sino de más
y mejores garantías de mantener el esquema en el que unos pocos siguen siendo
beneficiarios de todas las gabelas del estado, a costa de la salud, la
educación, el empleo y el buen vivir del resto de la sociedad.
Ante la imposibilidad de seguir con el meta relato del
enemigo nacional del castro chavismo, o de un todo poderoso Gustavo Petro, como
maestro titiritero del mal, tanto gremios como su gobierno, se han dado a la
tarea de la construcción de otra narrativa en la que, el nuevo enemigo termine
siendo la protesta social, que socaba las libertades del individuo y atenta
contra el bienestar general, un enemigo de múltiples cabezas, pero que se
pueden personalizar en los vándalos de primera y segunda línea, ahora
declarados objetivos de alto valor para las FF.MM. y las auto defensas
ciudadanas.
Imagen: Indígenas son atacados por ciudadanos armados del sur de Cali durante protestas 2021. Perfil Facebook. |
Si bien es cierto que a la hora de escribir estas notas, ya se vienen dando, así sea a marchas forzadas, los primeros pasos para el esperado encuentro entre el gobierno nacional y las distintas expresiones de la protesta social, la desconfianza que siente la mayoría de los colombianos hacia la institucionalidad gremial y estatal, así como la intransigencia de sectores de la ultra derecha en el poder, no han permitido que se avance en la ruta de una negociación, en la que las justas reclamaciones de millones, acompasen el desaforado deseo de ganancias de unos pocos.
Este desencuentro no es cosa diferente que la
expresión pública de una vieja contradicción social, no solo presente en
Colombia, sino en muchas otras latitudes, en la que se enfrenta el romanticismo
social alrededor de lo realmente comunitario y el individualismo extremo,
devenido en la justificación del fascismo como mecanismo para mantener los
privilegios de una minoría. Tal cual.
sábado, mayo 01, 2021
VANDALISMO COMO NUEVO CLICHE DEL PODER
VANDALISMO COMO NUEVO CLICHE DEL PODER
Por: Omar Orlando Tovar Troches -ottroz69@gmail.com-
Declarar que el lenguaje, también es un instrumento de
guerra, es lo mismo que descubrir que el agua moja o que el fuego quema. De
hecho, lingüistas, filósofos, sociólogos y profesionales de la comunicación
social, han desarrollado un amplio compendio de esta, no tan noble
característica del lenguaje, a través del estudio de la pragmática.Imagen tomada de: El Español Digital
Ya desde mediados del siglo XX, estudiosos del lenguaje como Austin, Wittgenstein, Kraus, entre otros más, ya venían analizando el uso del lenguaje como mecanismo social de manipulación del inconsciente colectivo, para alcanzar fines políticos de exaltación de supuestos valores patrióticos como la supremacía de una raza o clase, la defensa de la nación o la patria, e incluso de una idea o ideas de conveniencia para sostener el Statu Quo de quienes detentan, momentáneamente el poder, en una determinada sociedad.
A propósito de las recientes jornadas de protestas en
Colombia, con motivo del rechazo generalizado al proyecto de ley de reforma
tributaria, presentado a destiempo y mantenido a fuego y sangre por Duque en el
Congreso colombiano, vale la pena hacer notar cómo, efectivamente, desde hace
unos veinte años para acá, el uso del lenguaje como herramienta de guerra, ha
sido uno de los elementos principales de la estrategia para mantenerse en el
poder, utilizados por la derecha colombiana.
Rafael Núñez Florencio[1], en su reseña del ensayo
Lenguaje y Guerra de Kovacsics, plantea que: “…el medio de propaganda más eficaz del
hitlerismo no eran los discursos ni los símbolos, ni nada que se registrase a
nivel consciente, sino las palabras aisladas y expresiones que se repetían y se
terminaban por adoptar de forma mecánica e inconsciente.”, en ese mismo sentido, tal como lo
plantea Núñez, el uso de algunos términos, o mejor, adjetivos, para señalar,
etiquetar, descalificar, denostar o insultar a los adversarios políticos,
también ha sido una práctica acostumbrada por los poderosos en Colombia.Foto Facebook
Al empleo
denostativo de palabras como: “indio”, “negro”, “marica”,
“puta”, para referirse de manera ofensiva a una persona o para indicar
que su comportamiento no concuerda con el que se supone deben tener las
llamadas “Gentes de bien”, también se sumo la adjudicación de palabras, ya no
tan “vulgares” y más correctas, políticamente hablando, para señalar el
supuesto mal comportamiento de aquellas personas, salidas del esquema oficial
de conducta, impuesto por quienes han detentado y ejercido el poder durante
años recientes, tales como “Chusmero”, “pájaro”, “Guerrillo”, “comunista”,
“cachiporro”, “terrorista”, “traqueto”, “narco” o “narco-terrorista”.
En este mismo
orden de ideas, el uso repetitivo de unos nuevos términos, con una fuerte
intención política de descalificación social; ha permitido que esta acción
ilocutiva de la derecha, haya posicionado en el inconsciente colectivo de la
sociedad colombiana, expresiones como, “castro-chavista”, “mamerto”
y “vándalo”, como sinónimos o equivalentes de “terrorista”,
“guerrillero”, “comunista”, “satánico”, cuando son utilizadas para describir
a esos “indios”, “negros” o “guaches”, o cualquier otra persona, que se
empecine en demostrar su inconformidad de manera pública, bien sea, a través de
las redes sociales, prensa tradicional o, lo que es peor, protestando en la
calle.
Vándalo se ha
convertido en el más reciente calificativo, utilizado por la derecha, en su
estrategia comunicacional, para señalar a todas aquellas personas que
públicamente se rehúsen a ceñirse a los mandatos de un nuevo marco de
convivencia, convenientemente diseñado, no para la defensa de bienes, honra y
vida de TODOS los colombianos, sino para la defensa de los bienes, la honra y
la vida de unos POCOS colombianos, cercanos al poder. Se usa Vándalo y
vandalismo, para no usar Terrorista y terrorismo, debido a las fuertes
implicaciones jurídicas que usar tales calificativos, podría acarrear a quien
lo haga, sobre todo, en las cortes internacionales.
Imagen tomada de: El Periódico |
En todo caso, y
para concluir, es preciso retomar a Núñez, cuando, citando a Kafka, afirma del
uso del lenguaje como instrumento de guerra: “Cuando la palabra se convierte
en vasalla de la voluntad política, supeditada a unas decisiones establecidas
de antemano, su rol deviene “absolutamente accesorio y servil””. Amén.
[1] RAFAEL NUÑEZ FLORENCIO, Guerra y lenguaje- Adan Kovacsics, 28 febrero, 2008, tomado de: Guerra y lenguaje | El Cualltur