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LA VITRINA DE LA CONVERSA
domingo, abril 02, 2023
lunes, junio 28, 2021
Ultraderecha en Colombia y la psicopatía exitosa
Ultraderecha en Colombia y la
psicopatía exitosa
Imagen: listennotes.com |
Un tiempo después, con curiosidad, pero, sobre todo con asombro, este opinador, leyó con ávido interés la columna de Ricardo Silva en El Tiempo de septiembre de 2019, titulada ¿Será que Colombia necesita un Psiquiatra General de la Nación? (Ver: Ricardo Silva: Historia de la locura en Colombia - Música y Libros - Cultura - ELTIEMPO.COM), en la que Silva Romero, desarrolla, como lo hacen los que saben, aquella vaga idea que, quien les escribe, había alcanzado a garabatear tiempo atrás. En las líneas de Romero Silva, se sustentó de manera más completa, la sospecha de la presencia de una anomalía en la salud mental de la sociedad colombiana, pero ahora, involucrando, o mejor, replanteando el esquema del síndrome de Estocolmo, para ponerlo en términos, no de la enfermedad de la víctima, si no en términos de la enfermedad de los victimarios.
Imagen: estilonext.com |
La sospecha de la presencia de algún tipo de desorden sicológico comunitario, o al menos en buena parte de la comunidad, se vio reforzada en tiempos recientes, al atestiguar la manera en la que la mayoría de quienes pueden votar en Colombia, elegían una y otra vez, a quienes representaban las propuestas políticas soportadas en un modelo socio económico de gobierno de exclusión, desamparo, olvido y violencia, aun cuando públicamente la mayoría de miembros de la sociedad expresaran su desespero por la constante crisis económica y el desempleo, así como su deseo de paz, así lo evidenciaron los resultados de la consulta anti corrupción y la re elección del uribismo en el gobierno nacional, no obstante que durante la campaña electoral, planteara su objetivo de hacer trizas el Acuerdo de Paz, recientemente alcanzado.
Al hacer un muy superficial y muy limitado análisis sobre las características sicológicas de la clase política colombiana, para este humilde opinador los victimarios (En el esquema del Síndrome de Estocolmo), siguiendo con el planteamiento de Ricardo Silva, es posible encontrar que, efectivamente, la dirigencia colombiana, cumple con los presupuestos sintomáticos de quienes padecen lo que se conoce como Trastorno Antisocial de la personalidad - TAP(psicopatía), tales como: “falta de remordimiento o empatía por los demás, la falta de culpa o la capacidad de asumir la responsabilidad de sus acciones, el desprecio por las leyes o las convenciones sociales y la inclinación a la violencia y una naturaleza engañosa y manipuladora.”[1]
Imagen: elcolombiano.com |
Es claro que, aunque hace falta una verdadera aproximación científica al fenómeno aquí esbozado, no obstante que ya existan algunas en el plano internacional, en las que la presencia de los TAP en la clase dirigente está sustentada (ver: Trastornos de Personalidad y Violencia. Artículo de Reflexión Para el Posconflicto Colombiano en Enlace ORCID: http://orcid.org/0000-0001-7495-0314 ), la afición de la dirigencia colombiana, al menos la de los últimos veinte años, por imponer por la fuerza sus puntos de vista, incluso con el abuso de la autoridad, irrespetando de paso, los derechos de las mayorías, evadiendo la responsabilidad e incluso, atribuyéndosela a las víctimas, confirma que la permanencia de la ultraderecha en el poder, es reafirmación de que en política, al menos en Colombia; la psicopatía en el poder es exitosa.
[1]Alonso, María y Skodol, Andrew, en: ¿Qué
diferencia a un psicópata de un sociópata? y Trastorno de la personalidad
antisocial (TPA), respectivamente. Disponibles en: ¿Qué
diferencia a un psicópata de un sociópata? | Psyciencia y Trastorno
de la personalidad antisocial (TPA) - Trastornos psiquiátricos - Manual MSD
versión para profesionales (msdmanuals.com)
sábado, mayo 01, 2021
VANDALISMO COMO NUEVO CLICHE DEL PODER
VANDALISMO COMO NUEVO CLICHE DEL PODER
Por: Omar Orlando Tovar Troches -ottroz69@gmail.com-
Declarar que el lenguaje, también es un instrumento de
guerra, es lo mismo que descubrir que el agua moja o que el fuego quema. De
hecho, lingüistas, filósofos, sociólogos y profesionales de la comunicación
social, han desarrollado un amplio compendio de esta, no tan noble
característica del lenguaje, a través del estudio de la pragmática.Imagen tomada de: El Español Digital
Ya desde mediados del siglo XX, estudiosos del lenguaje como Austin, Wittgenstein, Kraus, entre otros más, ya venían analizando el uso del lenguaje como mecanismo social de manipulación del inconsciente colectivo, para alcanzar fines políticos de exaltación de supuestos valores patrióticos como la supremacía de una raza o clase, la defensa de la nación o la patria, e incluso de una idea o ideas de conveniencia para sostener el Statu Quo de quienes detentan, momentáneamente el poder, en una determinada sociedad.
A propósito de las recientes jornadas de protestas en
Colombia, con motivo del rechazo generalizado al proyecto de ley de reforma
tributaria, presentado a destiempo y mantenido a fuego y sangre por Duque en el
Congreso colombiano, vale la pena hacer notar cómo, efectivamente, desde hace
unos veinte años para acá, el uso del lenguaje como herramienta de guerra, ha
sido uno de los elementos principales de la estrategia para mantenerse en el
poder, utilizados por la derecha colombiana.
Rafael Núñez Florencio[1], en su reseña del ensayo
Lenguaje y Guerra de Kovacsics, plantea que: “…el medio de propaganda más eficaz del
hitlerismo no eran los discursos ni los símbolos, ni nada que se registrase a
nivel consciente, sino las palabras aisladas y expresiones que se repetían y se
terminaban por adoptar de forma mecánica e inconsciente.”, en ese mismo sentido, tal como lo
plantea Núñez, el uso de algunos términos, o mejor, adjetivos, para señalar,
etiquetar, descalificar, denostar o insultar a los adversarios políticos,
también ha sido una práctica acostumbrada por los poderosos en Colombia.Foto Facebook
Al empleo
denostativo de palabras como: “indio”, “negro”, “marica”,
“puta”, para referirse de manera ofensiva a una persona o para indicar
que su comportamiento no concuerda con el que se supone deben tener las
llamadas “Gentes de bien”, también se sumo la adjudicación de palabras, ya no
tan “vulgares” y más correctas, políticamente hablando, para señalar el
supuesto mal comportamiento de aquellas personas, salidas del esquema oficial
de conducta, impuesto por quienes han detentado y ejercido el poder durante
años recientes, tales como “Chusmero”, “pájaro”, “Guerrillo”, “comunista”,
“cachiporro”, “terrorista”, “traqueto”, “narco” o “narco-terrorista”.
En este mismo
orden de ideas, el uso repetitivo de unos nuevos términos, con una fuerte
intención política de descalificación social; ha permitido que esta acción
ilocutiva de la derecha, haya posicionado en el inconsciente colectivo de la
sociedad colombiana, expresiones como, “castro-chavista”, “mamerto”
y “vándalo”, como sinónimos o equivalentes de “terrorista”,
“guerrillero”, “comunista”, “satánico”, cuando son utilizadas para describir
a esos “indios”, “negros” o “guaches”, o cualquier otra persona, que se
empecine en demostrar su inconformidad de manera pública, bien sea, a través de
las redes sociales, prensa tradicional o, lo que es peor, protestando en la
calle.
Vándalo se ha
convertido en el más reciente calificativo, utilizado por la derecha, en su
estrategia comunicacional, para señalar a todas aquellas personas que
públicamente se rehúsen a ceñirse a los mandatos de un nuevo marco de
convivencia, convenientemente diseñado, no para la defensa de bienes, honra y
vida de TODOS los colombianos, sino para la defensa de los bienes, la honra y
la vida de unos POCOS colombianos, cercanos al poder. Se usa Vándalo y
vandalismo, para no usar Terrorista y terrorismo, debido a las fuertes
implicaciones jurídicas que usar tales calificativos, podría acarrear a quien
lo haga, sobre todo, en las cortes internacionales.
Imagen tomada de: El Periódico |
En todo caso, y
para concluir, es preciso retomar a Núñez, cuando, citando a Kafka, afirma del
uso del lenguaje como instrumento de guerra: “Cuando la palabra se convierte
en vasalla de la voluntad política, supeditada a unas decisiones establecidas
de antemano, su rol deviene “absolutamente accesorio y servil””. Amén.
[1] RAFAEL NUÑEZ FLORENCIO, Guerra y lenguaje- Adan Kovacsics, 28 febrero, 2008, tomado de: Guerra y lenguaje | El Cualltur