LA VITRINA DE LA CONVERSA

miércoles, agosto 13, 2025

Los amores callados

Imagen tomada de: 'Couple Holding Hands' Photographic Print | AllPosters.com

SPTO

En ocasiones, por cierto, muy seguidas; nacen amores condenados al silencio. Van creciendo en la penumbra, respirando y arrullados por el aire especial del secreto. Cuando menos lo esperan, toman conciencia de la paradoja de incendiarse y resplandecer, mientras su nombre debe permanecer oculto, como una joya o una tara que no puede ser expuesta en público.

Su existencia, paulatinamente, se debe transformar en un perceptible y necesario susurro en la tormenta, un latido ahogado por la fuerza de la conveniencia o del miedo.

Y así transcurren sus días, en medio de la contradicción de albergar una ternura con la intensidad de mil soles contenida en el frágil cristal de una muy ocasional y furtiva mirada, en el oportunismo de un breve y bien escondido roce de los dedos, o en palabras que se dicen sin ser dichas, encriptadas en códigos privados o camufladas en mensajes cuidadosamente puestos en el aire para que el viento se los lleve antes de que dejen rastro.

Estos amores callados, que quieren con la plenitud del universo y la constancia de un río subterráneo; se nutren en la oscuridad con la esperanza-maldición de que su santo y seña o su identidad más íntima, puede ser la más grande traición si en algún descuidado momento se llegase a pronunciar.

En el jardín oculto de la complicidad tácita empieza a florecer una lealtad pura y casi mítica, regada a cuentagotas, pero siempre a la sombra; sin reconocimiento. Estos amores estoicos, los condenados al anonimato, los forzados al disimulo desarrollan una particular fidelidad a prueba de la ausencia y de la luz de otras soledades, porque saben que ese, su amor de verdad, no se valora en sus gestos públicos sino en la constancia silenciosa, en la intangible pero oportuna presencia o en la perpetua esperanza de un fugaz encuentro.

En su autoimpuesta soledad construyen puentes para conjurar esa ausencia que sí les importa, tejidos con los invencibles hilos de la comprensión y la paciencia. A cambio reciben, con todo el cariño del universo, amor en dosis precisas, en gotas de magia contra el olvido y el peligro. Saben que no es posible, si quiera, la lejana y muy vaga promesa de un presencia permanente a la vista de todos.

Lo que es incuestionable y cotidiano para los amores callados es su frágil y muy poderosa certeza de ser, para un oculto alguien, un secreto y muy cálido refugio, un escondido faro para la pasajera incertidumbre, la palabra o el gesto que no necesitan sonido para resonar en el alma.

Bonus track: Amores escondidos - Fabian Gallardo


lunes, agosto 11, 2025

Vidas que Valen, Vidas que No: La Hipocresía de la Derecha (*)

 

Imagen tomada del perfil Facebook
Por:  Valparaíso Antioquia Humana** 

 No pidas lo que no das…ni exijas lo que no entregas

Para los parásitos, cínicos y miserables miembros de la derecha colombiana, la vida tiene precio. No lo digo yo, lo demuestra la reacción de quienes hoy lloran a unos, pero callaron o justificaron cuando asesinaron a otros. Para ellos hay vidas que sí valen y vidas que no.

En Colombia la vida debería ser sagrada, sin excepciones. La muerte de Miguel Uribe Turbay es lamentable, como lo es la muerte de cualquier ser humano. Nadie merece morir, la violencia nunca debe ser justificada.

Pero resulta imposible no ver la hipocresía de la prensa tradicional y de la derecha política que hoy se rasgan las vestiduras, exigen justicia y señalan culpables con dedo acusador. Son los mismos que guardaron silencio o, incluso, justificaron [la violencia y la muerte][1], cuando el alcalde de El Roble fue asesinado, cuando a Jaime Garzón le arrebataron la vida, cuando Dilan Cruz cayó por un disparo del ESMAD y se atrevieron a decir que “se le metió al proyectil

En este país pareciera que hay vidas que importan y vidas que no.

[…En Colombia][2] el valor de un ser humano depende de su apellido, su cargo o su cercanía al poder. Mientras tanto, la mayoría del pueblo colombiano: campesinos, estudiantes, líderes sociales, trabajadores, etc., seguimos siendo para ellos esas vidas que no valen, esas muertes que no merecen portada ni duelo nacional.

La verdadera justicia solo existe cuando se aplica a todos por igual. Cuando el dolor por una muerte es el mismo sin importar la clase social, el color político o la posición económica de la víctima. De lo contrario, seguiremos viviendo en un país donde unos pocos son intocables y la mayoría somos desechables.

¿A qué clase cree que pertenece Usted?


*El título de este texto no aparece en la nota original. Fue agregado por LaConversa de Fin de Semana para señalar su total acuerdo con el contenido de la mencionada nota

**Texto original tomado del perfil Facebook: https://www.facebook.com/profile.php?id=100075200780998


[1] Texto en cursiva dentro de corchetes por fuera del texto original

[2] Ibid.

miércoles, julio 23, 2025

Adiós Ozzy

 

Por: Omar Orlando Tovar Troches – ottroz69@gmail.com-

Times have changed and times are strange
Here I come but ain’t the same.

(Tomado de: Mamma I´m Coming Home)

En medio de la cacofonía de los medios de comunicación corporativa, recordándonos cuánto nos odiamos y lo poco que nos importa el futuro; la noticia de la partida de Ozzy Osbourne, justo a unos días del evento de última reunión y despedida de Black Sabbath, le recuerda a la generación X y a los supervivientes Baby Boomers, la sentencia contundente de Rubén Blades: “… El tiempo no se detiene ni por amor, ni por dinero” y que hasta nuestro Príncipe de las Tinieblas tenía fecha de vencimiento.

Para quienes nacimos oyendo las notas del recién inventado hard rock de los setenta y maduramos bajo los riffs atronadores de los ochenta, la noticia de la partida del cofundador de Black Sabbath resuena como el último acorde de una era irrepetible. La muerte del referente del Metal representa, no solo, el final simbólico de un coloso que forjó, junto a Page, Jagger, Bowie y otros titanes, el paisaje sonoro de nuestra identidad como Generación X, sino el ocaso de la brillantez lírica y sonora del Rock. El Heavy Metal; la criatura poderosa que surgió de las fábricas de Birmingham con el Sabbath a la cabeza fue mucho más que volumen y excesos. Fue, y sigue siendo, una catedral de genialidad musical a menudo incomprendida.

Es cierto, las hazañas de Ozzy, como, por ejemplo, la leyenda del murciélago, los días perdidos en nieblas químicas, se convirtieron en titulares fáciles, caricaturas que eclipsaron la sustancia. Pero detrás de esa máscara de "loco del rock", latía una fuerza vocal única, una presencia escénica magnética y, sobre todo, el vehículo para una música revolucionaria. Los riffs de Tony Iommi, pesados como bloques de acero y oscuros como minas abandonadas, no eran simple ruido; eran arquitectura sonora. Las letras, que exploraban la paranoia, la guerra, la locura y lo oculto ("Paranoid", "War Pigs", "Iron Man"), fueron mensajes crudos y poéticos sobre el lado sombrío de la condición humana.

Ozzy, con su voz capaz de pasar de un aullido desgarrador a una melodía inesperadamente conmovedora ("Changes"), fue el chamán perfecto para guiarnos por esos paisajes sonoros. Y he aquí el verdadero duelo para nuestra generación. Estos dinosaurios del Rock son, sencillamente, irrepetibles. Nacieron en un crisol único: la efervescencia creativa post-psicodélica y la necesidad de expresar la rabia y la alienación de épocas convulsas a través de instrumentos analógicos y gargantas sin filtro. El genio de Ozzy y los otros dinosaurios del Metal fue forjado en el escenario en vivo, sin redes de seguridad digitales. No hubo Autotune que corrigiera sus imperfecciones (que eran parte de su humanidad), ni beats electrónicos que suplantaran la furia orgánica de una batería. Fueron auténticos, vulnerables, gigantescos en sus talentos y en sus caídas.

El reggaetón y la producción digital dominan las ondas hoy, y tienen su lugar. Pero no pueden replicar la épica, la artesanía instrumental, la densidad lírica y la autenticidad visceral que Ozzy y sus contemporáneos vertieron en cada nota. Ellos no seguían algoritmos; creaban los códigos. Eran alquimistas que transformaban el blues, el rock psicodélico y sus propias angustias en un sonido nuevo, monumental.

Por eso, el último viaje del Príncipe de las Tinieblas será el deterioro de un pedazo fundamental del ADN cultural de la Generación X, un recordatorio brutal de que presenciamos y crecimos con una constelación de genios irrepetibles. Ozzy Osbourne, con toda su locura y su innegable talento, fue la voz distorsionada de nuestra juventud rebelde, el chamán que nos inició en las sombras sonoras del Metal.

Buen viaje, Príncipe. Tu grito distorsionado, tus melodías inesperadas y la genialidad monumental del Metal que ayudaste a crear, resonarán eternamente en las sábanas de sonido de nuestra memoria. Gracias por el caos, por la oscuridad y, sobre todo, por la auténtica, cruda e imborrable genialidad rockera. El mundo será un lugar mucho menos interesante cuando se acabe la estirpe de titanes.

There is a woman living in my head

She comes to visit every night in bed

(Tomado de Ghost behind my eyes)

Ojalá que el riff final sea eterno…

 

viernes, abril 04, 2025

DIALÉCTICA DE LA ESTUPIDEZ*

 

Imagen tomada de Depositphotos

Por: Carlos Medina Gallego

Defender la paz, los derechos humanos y la dignidad de las comunidades y de los pueblos no es un acto de debilidad, sino el mayor signo de fortaleza y humanidad.

Una reflexión crítica sobre la violencia, la guerra y la urgencia de la transformación social

La historia de la humanidad está marcada por una constante pugna entre la razón y la sinrazón, entre la lucidez creadora y la estupidez destructiva. La guerra, como máxima expresión de esta última, representa no solo un fracaso ético, sino también un colapso racional. La violencia organizada, ejecutada con precisión técnica y justificada con discursos ideológicos, constituye una de las formas más brutales de estupidez colectiva: aquella que destruye lo que debería proteger, que mata en nombre de la vida y que oprime invocando la libertad. Aquella que se alegra con el fracaso de la paz y le otorga el triunfo a la estupidez de la guerra y la violencia. 

La dialéctica de la estupidez emerge cuando los actores sociales, políticos, económicos y armados sustituyen el diálogo por la imposición, la empatía por el odio, y la justicia por la venganza. Esta dialéctica no construye, sino que descompone el tejido de lo humano. Se sostiene en un conjunto de lógicas perversas que normalizan lo inaceptable: la desigualdad, la explotación, la marginación y la muerte de inocentes. A lo largo de la historia, imperios, estados y movimientos han sido arrastrados por esta inercia de la estupidez, repitiendo las mismas lógicas criminales bajo nuevas banderas, porque han hecho de la guerra un oficio y un negocio. 

La guerra no es —como algunos pretenden— una necesidad natural ni un destino inevitable. Es una construcción política y económica que responde a intereses de dominación y acumulación. Quienes la promueven suelen estar lejos del frente de batalla; sus beneficios son siempre desproporcionados frente a un elevadísimo costo humano en vidas y sufrimientos. En este sentido, la estupidez no radica únicamente en la violencia en sí, sino en su legitimación social cuando las comunidades y los pueblos aceptan la guerra como única salida, han sido ya vencidos en el terreno de la conciencia, son comunidades alienadas.

Por ello, repudiar la guerra no es una postura ingenua ni romántica, sino un imperativo ético, humano y revolucionario. Es preciso rechazar todo discurso que glorifique el conflicto armado como vía de solución o de redención histórica después de décadas de estruendosos fracasos y terribles desenlaces. La única victoria verdadera es la que preserva la vida, garantiza la dignidad y protege los derechos fundamentales de todas y cada una de las comunidades y de cada ser humano.

Frente a esta dialéctica perversa, saludamos y celebramos los esfuerzos de paz, diálogo y transformación social que surgen desde abajo, desde los márgenes, desde las comunidades que se niegan a ser carne de cañón. La paz no es solo la ausencia de balas; es la presencia de justicia, de pan, de salud, de educación, de tierra, de libertad. Es una construcción ardua, que exige valentía y compromiso, pero es el único camino digno de ser recorrido.

Las transformaciones sociales verdaderas —las que rompen con las estructuras de opresión y promueven una redistribución justa del poder y los recursos— no pueden imponerse por la fuerza, porque entonces reproducen la lógica que dicen combatir. Solo una sociedad que renuncia conscientemente a la violencia como instrumento político puede aspirar a una paz duradera y a una democracia real. Estos son otros tiempos que están movidos por nuevas fuerzas sociales y políticas, que han aprendido del fracaso de la vía armada y le están apostando a reinventar la política y la democracia sin renunciar a su agenda de cambios y transformaciones revolucionarias. 

En tiempos donde resurgen los discursos de odio, la militarización de la vida civil y la normalización del sufrimiento ajeno es urgente desenmascarar la dialéctica de la estupidez. No basta con denunciar sus efectos: hay que atacar sus raíces, combatir la indiferencia, rechazar la desinformación y desarticular las estructuras que la sostienen. La lucidez crítica es un acto de resistencia que construye y transforma.

Hoy más que nunca, defender la paz, los derechos humanos y la dignidad de las comunidades y de los pueblos no es un acto de debilidad, sino el mayor signo de fortaleza y humanidad. Porque en un mundo donde todo conspira contra el sentido común, pensar, amar y transformar son actos radicales y revolucionarios.

*Esta nota fue publicada originalmente en SoNoticias y es compartida con la comunidad de La Conversa de Fin de Semana, gracias a la generosidad del periodista Hernán Riaño.