LA VITRINA DE LA CONVERSA

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viernes, diciembre 26, 2025

COLFUTURO y la farsa aspiracional de la centroderecha colombiana

 

Por: Omar Orlando Tovar -ottroz69@gmail.com-

Según las propias cifras de COLFUTURO, entre 2007 y periodos recientes, sólo el 1% de sus beneficiarios provenía del estrato 1, el 5% del estrato 2 y el 20% del estrato 3. Es decir, el programa ha servido predominantemente a quienes ya contaban con capital económico, social y cultural significativo.

La reciente decisión del gobierno nacional de replantear la intermediación de COLFUTURO en la asignación de becas para estudios en el exterior ha dejado al descubierto las verdaderas prioridades y los métodos de una coalición política y mediática. Políticos como la congresista Catherine Juvinao del Partido Verde, junto con una sección de medios que fungen como altavoz orgánico de los grandes gremios, han montado un espectáculo de indignación en defensa de una entidad que, bajo un barniz de meritocracia, ha operado históricamente como un mecanismo de reproducción de privilegios. Su estrategia no es novedosa, pero sí profundamente eficaz: capitalizar el “síndrome de doña Florinda (síndrome de clase aspiracional)” de algunos integrantes de la pobrería y la clase media colombiana, junto con la desinformación estructural de amplios sectores de la población para defender a una minoría realmente privilegiada.

Los datos son elocuentes. Según las propias cifras de COLFUTURO, entre 2007 y periodos recientes, sólo el 1% de sus beneficiarios provenía del estrato 1, el 5% del estrato 2 y el 20% del estrato 3. Es decir, el programa ha servido predominantemente a quienes ya contaban con capital económico, social y cultural significativo. Esta no es una falla logística; es un patrón clasista institucionalizado. La intermediación de una junta directiva dominada por la ANDI, Fenalco y Asobancaria (los mismos actores que hoy se indignan en redes sociales y prensa tradicional) garantizaba que los criterios de “mérito” y “potencial de impacto” estuvieran filtrados por una lógica corporativa y una visión del desarrollo que rara vez prioriza a las comunidades más vulnerables.

Olvidando que el Estado tiene la obligación de garantizar el acceso a la educación y  desmontar estos filtros que perpetúan la desigualdad; la congresista Juvinao y sus aliados mediáticos no defienden el acceso a la educación sino que defienden un modelo de subsidio público para la elite, similar en su esencia a los escandalosos auxilios de Agro Ingreso Seguro o al bochornoso caso del hijo de la senadora Fernanda Cabal, en los que, los recursos públicos terminaron financiando los privilegios de unos pocos. Este discurso apela de manera cínica al talante aspiracional de millones de colombianos con una movilidad social real estancada, para quienes la promesa de una beca en el exterior opera como un poderoso símbolo de ascenso.

La manipulación se sustenta en la “brecha de capital informacional en la que muchos ciudadanos, abrumados por la saturación de noticias y la complejidad de los datos, no tienen herramientas cognitivas suficientes para contrastar la retórica emocional (“les quitan las becas a los jóvenes”) con la evidencia fría (el 74% de los beneficiarios son de estratos 4, 5 y 6). Los medios gremiales, a su vez, amplifican el relato de alarma presentando la defensa de los intereses de la ANDI, Fenalco y Asobancaria como si fuera la defensa del ciudadano común. Esta maquinaria corresponde a una campaña de desinformación preelectoral, que usa una cortina de humo fabricada con miedo y aspiración manipulada.

El patrón se extiende más allá de COLFUTURO. Programas como Ser Pilo Paga o iniciativas privadas conmovedoras como Vamos Pa’Lante de la W Radio, que ha recaudado miles de millones de pesos, tienen un sesgo estructural crucial: dirigen los recursos públicos y la filantropía ciudadana hacia el pago de matrículas en instituciones de educación superior privadas y de alto costo. Se crea así un círculo virtuoso para los dueños de estas universidades: el Estado o la caridad popular subsidian su clientela, mientras se consolida un modelo donde la “educación de calidad” sigue siendo un bien privatizado y muy costoso. Se abusa de la buena fe y el sentimentalismo del ciudadano y, en el caso de algunos los empresarios donantes, se facilita una elusión de impuestos socialmente aplaudida.

Lo que está en juego no es la educación de los jóvenes más talentosos, sino el control sobre un mecanismo clave de distribución de oportunidades y prestigio. La furia de la ANDI, Fenalco, Asobancaria y sus voceros políticos no es por la pérdida de becas, sino por la pérdida de un canal de influencia sobre la formación de las futuras élites técnicas y profesionales del país. El gobierno nacional, en cabeza del Pacto Histórico, al reclamar esta potestad para el Estado, busca reorientar el criterio hasta ahora mediado por la lógica del capital corporativo hacia la lógica del interés público y la justicia territorial. El debate, por tanto, es una pulseada entre una visión de la educación como bien común y otra que la ve como un instrumento de reproducción social y acumulación privada.

Desenmascarar esta farsa aspiracional es el primer paso para construir un sistema donde la verdadera excelencia, surgida de todos los rincones de la nación, sea apoyada sin filtros discriminatorios de clase social por parte de entidades estatales y no por los intereses capitalistas del sector privado.