LA CORRUPCIÓN NUESTRA DE CADA DÍA.
Al momento de
escribir estas líneas, luego de efectuar mi, ya desacostumbrado, tour por el
parque de las Palomas Caídas del Municipio norte caucano de Santander de
Quilichao, y entre los dimes y diretes concernientes al próximo debate
electoral o plebiscitario respecto al Acuerdo Final para la Terminación del
Conflicto Armado y la Construcción de una Paz Estable y Duradera, mire con
asombro, ubicadas en el costado sur del parque, unas carpas inflables, las
cuales según fui informado estaban allí con motivo de la visita de funcionarios
venidos desde la capital, para atender a las víctimas del conflicto armado.
Obstaculizando
la movilidad que tan celosamente cuida y promueve la actual Secretaría de Transito
de este municipio, estaban las carpas dummies y las filas de personas que
pretendían ingresar a ellas. Mi primera curiosidad se fue transformando en una
especie de regocijo, puesto que allí, infladitos de azul y con todos los
letreros de la institucionalidad colombiana, se erigían imponentes, estos símbolos
concernientes al proceso de paz, para mandar a callar a cuanto desinformado o
desinformador recalcitrante, pretendiera seguir insistiendo en la mentira según
la cual, el actual proceso de acuerdo entre la guerrilla y el gobierno nacional
no sirve.
Vi las caras
de muchas personas que se acercaban para saber cómo iba su proceso, o si aún se
podía inscribir o qué papel les hacía falta, como en la canción de J. Luis Guerra:
“Eran
las cinco de la mañana /un seminarista, un obrero /con mil papeles de solvencia
/que no les dan para ser sinceros”,
todos y todas juiciosamente esperando y buscando la visa para este otro sueño.
Al
acercarme y mirar con un poco más de detalle, vi caras conocidas desde hace mucho tiempo, algunas de ellas pertenecientes
a personas establecidas económicamente, con pensión una que otra, con vivienda,
una que otra o con trabajo, una que otra,
exigiendo con voz imperativa; la obligación del Estado de resarcir su “extrema
desventura” de no tener más de lo que ya gozan, haciendo fila y buscando visa
para este otro sueño.
Confieso
que la curiosidad, que se volvió regocijo y esperanza, súbitamente se volvió
amargura, rabia e indignación al comprobar, una vez más, hasta dónde ha llegado
la corrupción en Colombia, que ya no es inherente a los funcionarios públicos o
privados, que no es solo atribuible al clientelismo endémico de estas tierras,
esta otra corrupción tiene que ver más con esa herencia de la cultura “traqueta”
del atajo y todo vale, está relacionada con esas consignas mal entendidas y
peor aplicadas de las nuevas religiones del “coaching ”y la auto superación,
las nuevas herramientas del capitalismo extremo, que pregonan la competencia
despiadada y el individualismo extremo en pos del ser proactivo y exitoso que pasa
por encima de los demás, sin remordimiento alguno.
Una
sombra vestida de pesimismo me cubrió, al contemplar la triste escena de
paisanos y paisanas medianamente acomodados, tratando de sacar provecho de las
circunstancias y de las oportunidades, en desmedro de las victimas reales de esta histórica tragedia
nacional que no cuentan con amigotes en la institucionalidad del Estado
Colombiano, que los apunten en las listas de los elegidos para recibir esta otra
visa de la visibilización y la
reivindicación.
Tan
deprimente espectáculo social me recordó, por enésima vez, una verdad de a puño,
dictada por un indio zapoteca que llegó a ser presidente de Méjico: “El respeto al derecho ajeno es la paz” y que la corrupción nuestra de cada
día; es el verdadero mal contra el que tenemos que unirnos y luchar, empezando
por nuestra casa y nuestros corazones..