Por: Germán Navas Talero y Pablo Ceballos Navas
Editor: Francisco Cristancho R.
Imaginen ustedes, si un decreto del gobierno que dio
cumplimiento a una orden del Consejo de Estado armó semejante zaperoco entre
los congresistas, ¿cómo recibirán la propuesta de despenalizar por completo el
uso de la marihuana?
Un diario capitalino abre su edición sabatina con el titular
“Cóndores no vuelan todos los días”, expresión que nos hizo recordar una obra
de antaño llamada “Cóndores no entierran todos los días”. A diferencia de
aquella, esta no se refería al pájaro majestuoso que surca los Andes, sino a
los pajarracos; término que precedió a la apócope ‘paraco’, pero que se
refería a lo mismo: sujetos que mataban por negocio y, para justificarse,
decían tener alguna ideología retardataria. En Tuluá –municipio en donde se
desarrolla la obra– Germán recuerda que los visitantes eran recibidos por un
aviso que se leía “ha llegado usted a Tuluá, remanso de paz, corazón del
Valle”, al que algún estudiante agregó “nido de pájaros”. Solo podemos imaginar
la confusión que producía para la época la palabra pájaro, pues uno no sabría a
ciencia cierta si debía cuidar de él o cuidarse de él.
Vemos con preocupación que este municipio, a noventa minutos
en carro de Cali, no se ha librado del yugo de los delincuentes: durante la
campaña electoral fue asesinado un parapentista que desde el cielo hacía
proselitismo en favor de un candidato aparentemente odiado por los narcos,
candidato que tampoco pudo hacer campaña pues –según cuenta la prensa– los
criminales le tenían vedado abandonar su residencia. En el municipio pocos
saben lo que ocurre y cada vez son menos quienes se atreven a reportar la
escalada narcoparamilitar que se tomó el municipio: no queda ni una
emisora local, puesto que sus directores y reporteros tuvieron que abandonar
–con la mejor de las suertes– el oficio, mientras que otros con menos suerte se
vieron forzados al desarraigo e incluso al exilio.
Las amenazas se entreveran y son tantos grupos
delincuenciales –o al menos así se quieren presentar– que es difícil llevar
registro de todas las intimidaciones y ataques a la población civil. Bien lo
resume el periodista Robert Posada en entrevista con El País (de España, por
supuesto, pues aunque el tema les sea más próximo seguro que no interesa a los
editores y nuevos propietarios del homónimo de Cali): “casi que por cada
alimento hay un cartel”.
Las cosas no están bien en Latinoamérica y advierten
empeorar: una guerra en ciernes entre Venezuela y Guyana, y un golpe de Estado
en curso en Guatemala. A buena hora el presidente Petro manifiesta su voz de
protesta y convoca a los líderes de la región para rodear a Bernardo Arévalo,
presidente electo del país centroamericano y a quien una muy corrupta e
igualmente organizada clase política pretende cesar antes de jurar el cargo.
Además de las reminiscencias que saltan a la vista, la ruptura del proceso democrático
en Guatemala –unido al régimen autocrático de Bukele en el vecino Salvador–
pone en grave riesgo la estabilidad de la región y nos retrotrae a la época de
dictaduras, represiones y censuras. Ojalá el pueblo guatemalteco y el concierto
internacional detengan este intento de subrogar la voluntad popular y dejen en
evidencia a la camarilla que con el apoyo del narcotráfico gestó y ahora
impulsa el golpe.
Volviendo al terruño, publica El Espectador en su edición
del sábado un reportaje sobre el estado de la seguridad en Bogotá tras cuatro
años de gobierno de Claudia López. Los entendidos en la materia coinciden en
que se fue al traste, igual que la movilidad, la limpieza y el bienestar de los
ciudadanos. Todo lo malo aumentó, incluso los negocios para los implicados en
el carrusel de la contratación, que volvieron al ruedo –¿o al carrusel? – con
la alcaldesa cuidadora, quien supo protegerlos con contratos por el orden de
los 35.000 millones de pesos, según denuncia del concejal Diego Cancino. Nos
unimos al mensaje de Daniel Coronell en su reporte de La W: hará falta la voz
crítica de Cancino en el Concejo de Bogotá, pues se requiere coraje y
convicción para enfrentarse a una integrante de su propio partido y máxime al
considerar que su oposición a esta pudo costarle la reelección, pues como lo
cuenta Carlos Carrillo, la alcaldesa tenía favoritos en el cabildo distrital e
hizo de madrina para garantizarles la curul en el siguiente periodo. Para
evitar fútiles indignaciones, por madrina nos referimos a la cuarta acepción
del término en el diccionario general de la lengua española de la editorial
Larousse, que se lee: “[m]ujer que protege o ayuda a una persona, en especial
en su vida profesional, o que da su ayuda, apoyo o protección, especialmente
económica, para el desarrollo de un proyecto o una actividad.”
Adenda: un amigo nos daba su definición de la
depresión como el estado anímico de la mayoría un lunes a las diez de la mañana
sin cinco en el bolsillo y con cuentas por pagar. Razón no le falta y su
sapiencia deviene especialmente valiosa en estas semanas de excesos.
Adenda dos: el Congreso de la República, uno de los
peores en las últimas décadas, aún no se pone de acuerdo en una fecha para dar
trámite al proyecto de ley que busca la legalización del cannabis para uso
adulto. Imaginen ustedes, si un decreto del gobierno que dio cumplimiento a una
orden del Consejo de Estado armó semejante zaperoco entre los congresistas,
¿cómo recibirán la propuesta de despenalizar por completo el uso de la
marihuana?
*Texto publicado originalmente en https://sonoticias0.wordpress.com/ y compartido a la comunidad de La Conversa de Fin de Semana, gracias a la generosidad de nuestro aliado, el periodista Hernán Riaño
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