EL NOBEL DE BOB.
Esta mañana, cuando acudía presto a mi rutinaria
cita con el baño y con mi primer café, aún entre sueños y medio atarantado,
escuche la noticia más extraña y emocionante de estos días: BOB DYLAN fue galardonado con el Premio Nobel
de Literatura este jueves por “haber creado nuevas expresiones poéticas dentro
de la gran tradición de la canción estadounidense”.
Mi cerebro, todavía tratando de aclararse con el
primer sorbo de café, trataba de encontrar la conexión entre la Academia Sueca
y el mítico setentón,
folclorista-blusero y rockero gringo. Busque en mi dispositivo USB o “memoria
externa”, que ahora llaman, el nombre Bob Dylan, en seguida aparecieron en la
pantallita de mi radiola los nombres: Blowin´in the wind, Allong the
Watchtower, The Ballad of the thin man, Like a rolling Stone y otras más. Mientras
me acababa de despertar, mis todavía desconectados dedos, oprimieron el botón
“play” y mi cuarto se llenó de la magia rara de este viejo rockero, ahora
vestido de gala con el Nobel de Literatura.
El primer golpe de agua fría acabo de despertarme. En
el fondo, detrás del sonido de la ducha, alcanzaba a escuchar la voz áspera de
Dylan preguntándose y preguntándonos; “Cuántas oídos debe un hombre tener, antes de poder
oír a la gente llorar. Cuántas muertes serán necesarias, antes de que él se dé
cuenta, de que demasiada gente ha muerto.”. Es una lástima que, para
algunos de nuestros compatriotas y muchos otros en el mundo, la respuesta no
flote en el viento.
Vistiéndome, escuchaba en la radio la impactante
sorpresa que causó la designación de este gringo viejo, como un miembro más del
olimpo de la literatura universal. Me cansó tanta ignorancia musical. Apenas
recién despierto, oprimí nuevamente el botón “play” y seguí escuchando a Dylan,
sólo me tardé unos breves instantes, para traer desde lo más recóndito de mi
memoria (la de verdad) a ese preciso momento, toda la carga poética de las
letras de Zimmerman, que es como se
apellidaba Bob, antes de cambiarse oficialmente a Dylan, el impacto de este estallido
lírico que aún hoy sigo descubriendo, debido a la precariedad de mi inglés y las pobres traducciones encontradas en la red,
me dio la clave para descifrar la conexión entre la Academia y este noble
rockero.
Claro que se le ha hecho justicia a la música a
través de este, ahora sí, mítico músico-poeta del Rock, no existe un Nobel de
la música, sabia decisión del viejo Alfredo Nobel. Don Alfredo se adelantó en el tiempo, avizoró
con anticipación de adivino, la prostitución en que ha quedado sumida la
música, por culpa de los mercachifles del arte, los dictadores de lo que se oye
(o deben oír) las personas, los mercadotecnistas de la música, que imponen que es
lo que está de moda y que no, los déspotas de la mal llamada música popular,
que han pervertido el gusto artístico de las masas indefensas de los oyentes
consumidoras del mal gusto nacional; de los que venden y ponen tetas y nalgas
plásticas.
Quienes gustamos de leer y escuchar música (que no
toda), estamos locos de alegría con esta designación. Sin querer queriendo, el
comité Nobel, nos llevó de vuelta al origen de las artes, cuando apenas nos
estábamos inventando la escritura. Nos recordó, y de qué manera, que música y
lo que hoy se llama literatura, en un principio eran una sola cosa, allí
estaban los aedos, los juglares, los cantares de gestas, nuestros palabreros,
nuestros médicos tradicionales, nuestras abuelas, nuestras mamás, contándonos
con cadencia, con ritmo, las historias de todos los días, los acontecimientos
nuevos o extraordinarios, los chismes, las penas, las rabias, los amores, la
vida. Eso ha hecho Bob Dylan toda su vida y por eso el reconocimiento.