Por: Omar Orlando Tovar Troches – ottroz69@gmail.com-
Times have changed and times are
strange
Here I come but ain’t the same.
(Tomado
de: Mamma I´m Coming Home)
En medio de la cacofonía de los medios de comunicación corporativa, recordándonos cuánto nos odiamos y lo poco que nos importa el futuro; la noticia de la partida de Ozzy Osbourne, justo a unos días del evento de última reunión y despedida de Black Sabbath, le recuerda a la generación X y a los supervivientes Baby Boomers, la sentencia contundente de Rubén Blades: “… El tiempo no se detiene ni por amor, ni por dinero” y que hasta nuestro Príncipe de las Tinieblas tenía fecha de vencimiento.
Para quienes nacimos oyendo las notas del recién inventado
hard rock de los setenta y maduramos bajo los riffs atronadores de los ochenta,
la noticia de la partida del cofundador de Black Sabbath resuena como el último
acorde de una era irrepetible. La muerte del referente del Metal representa, no
solo, el final simbólico de un coloso que forjó, junto a Page, Jagger, Bowie y
otros titanes, el paisaje sonoro de nuestra identidad como Generación X, sino
el ocaso de la brillantez lírica y sonora del Rock. El Heavy Metal; la criatura
poderosa que surgió de las fábricas de Birmingham con el Sabbath a la cabeza
fue mucho más que volumen y excesos. Fue, y sigue siendo, una catedral de
genialidad musical a menudo incomprendida.
Es cierto, las hazañas de Ozzy, como, por ejemplo, la
leyenda del murciélago, los días perdidos en nieblas químicas, se convirtieron
en titulares fáciles, caricaturas que eclipsaron la sustancia. Pero detrás de
esa máscara de "loco del rock", latía una fuerza vocal única, una
presencia escénica magnética y, sobre todo, el vehículo para una música
revolucionaria. Los riffs de Tony Iommi, pesados como bloques de acero y
oscuros como minas abandonadas, no eran simple ruido; eran arquitectura sonora.
Las letras, que exploraban la paranoia, la guerra, la locura y lo oculto
("Paranoid", "War Pigs", "Iron Man"), fueron
mensajes crudos y poéticos sobre el lado sombrío de la condición humana.
Ozzy, con su voz capaz de pasar de un aullido desgarrador a
una melodía inesperadamente conmovedora ("Changes"), fue el
chamán perfecto para guiarnos por esos paisajes sonoros. Y he aquí el verdadero
duelo para nuestra generación. Estos dinosaurios del Rock son,
sencillamente, irrepetibles. Nacieron en un crisol único: la
efervescencia creativa post-psicodélica y la necesidad de expresar la rabia y
la alienación de épocas convulsas a través de instrumentos analógicos y
gargantas sin filtro. El genio de Ozzy y los otros dinosaurios del Metal fue
forjado en el escenario en vivo, sin redes de seguridad digitales. No
hubo Autotune que corrigiera sus imperfecciones (que eran
parte de su humanidad), ni beats electrónicos que suplantaran la furia orgánica
de una batería. Fueron auténticos, vulnerables, gigantescos en sus
talentos y en sus caídas.
El reggaetón y la producción digital
dominan las ondas hoy, y tienen su lugar. Pero no pueden replicar la épica, la
artesanía instrumental, la densidad lírica y la autenticidad visceral que
Ozzy y sus contemporáneos vertieron en cada nota. Ellos no seguían
algoritmos; creaban los códigos. Eran alquimistas que
transformaban el blues, el rock psicodélico y sus propias angustias en un
sonido nuevo, monumental.
Por eso, el último viaje del Príncipe de las Tinieblas será el
deterioro de un pedazo fundamental del ADN cultural de la Generación X, un
recordatorio brutal de que presenciamos y crecimos con una constelación de
genios irrepetibles. Ozzy Osbourne, con toda su locura y su innegable talento,
fue la voz distorsionada de nuestra juventud rebelde, el chamán que nos inició
en las sombras sonoras del Metal.
Buen viaje, Príncipe. Tu grito distorsionado,
tus melodías inesperadas y la genialidad monumental del Metal que ayudaste a
crear, resonarán eternamente en las sábanas de sonido de nuestra memoria.
Gracias por el caos, por la oscuridad y, sobre todo, por la auténtica, cruda e
imborrable genialidad rockera. El mundo será un lugar mucho
menos interesante cuando se acabe la estirpe de titanes.
There is a woman living in my head
She comes to visit every night in
bed
(Tomado de Ghost behind my eyes)
Ojalá que el riff final sea eterno…